jueves, 9 de abril de 2009

UNA POESÍA

Nos dejó el poeta Narciso Alberto Martín, oriundo de San Júan, cuando nos visitó hace unos días




VALLE DE LAS LETRAS



Valle de fresco verdor entre milenarias piedras
Donde posó la belleza que a san Luis le diera Dios
Tierra de duendes mineros, tierra de lluvia de sol
Paleta en sus mil colores le da vida a Cada flor.

Donde nació aquel poeta de libertad de valor
Ha traspasado los tiempos, aquel tiempo que vivió
Aún esta fresca su huella que en siglos no se borro.
El apellido extranjero que esta tierra cobijó.

Paredes de barro y piedras en ese nido de amor
Donde Lafínur naciera donde su historia nació
Entre murmullos del agua bajo los rayos del sol
Entre caricias del viento, cortaderas y cardón.

Allí se conservan letras con mil mensajes de amor
Deje allí las letras mías en tu homenaje señor
He vuelto a La Carolina pues su encanto me atrapo
Y he de volver tantas veces si me permite el creador.

He guardado en mis pupilas bellezas de cada flor
He guardado en mi recuerdo lo que este lugar me dio
He de decírselo al mundo de un mundo del interior
Allí Dios creo el silencio entre la paz y el amor.



Autor: Narciso Alberto Martín 29/03/08

La Historia

Textro extraído del libro
"Historia de la Provincia de San Luis" de Juan W. Gez

El acontecimiento más importante de la época para San Luis, fue el
descubrimiento de las minas de San Antonio de las Invernadas, posteriormente
Carolina, situadas al pie del cerro Tomolasta. Según un expediente iniciado por
don Vicente Becerra, en 1786, para pedir la posesión judicial de esas tierras a
nombre de su esposa, legitima heredera de don Tomás Lucio Lucero, dichas
minas fueron descubiertas por un lusitano Jerónimo, cuyo apellido declara no
recordar. Sin embargo, en el informe que el Marqués de Sobremonte pasó al
virrey, atribuye ese descubrimiento a Bartolomé Arias Renzel, agregando que
a fines del año 1784 empezaron dos sujetos a catear en aquel sitio y
descubrieron granos de oro, con los cuales se presentaron solicitando
posesiones o estacas y, para promover el adelantamiento de labores, se les
concedió con las dimensiones de la ordenanza de Nueva España (Méjico).
El mismo Becerra declara que en un principio se suspendió el laboreo
por falta de inteligentes, no obstante lo cual, Arias Renzel sacó mucho oro, y
pedía que, de acuerdo con las ordenanzas puestas en vigencia, se obligase a
los mineros a pagarles el 1%, así como el arrendamiento de sus tierras. El
gobernador intendente dio la debida intervención en el asunto a las
autoridades de San Luis, y previos los informes del subdelegado don Juan de
Videla, proveyó en todo como lo solicitaba Becerra.
La noticia del descubrimiento de las minas y los informes que se daban
sobre la abundancia del precioso metal, cundió rápidamente por todas partes,
despertando gran interés entre la gente de imaginación y de empresa, que
suponían habían dado con el falso país El Dorado, buscado con tanto afán por
los primeros conquistadores, en la región Andina. Pronto afluyeron mineros y
especuladores de Córdoba, Chile y hasta de Potosí, en cuya casa de moneda
Sobremonte había mandado ensayar las primeras muestras, recibiendo el
informe de que el oro era de 18 quilates y otros datos halagadores sobre el
porvenir estas minas. Los nuevos elementos de población, iniciaron también
un período de actividad comercial que trajo grandes beneficios al territorio
puntano.
La explotación de la Carolina se extendió en poco tiempo a los
lavaderos de Cerrillos Grandes y Cañada Honda, buscándose otros filones en
las fragosidades de la sierra, así como se resolvían las arenas de los arroyos
cercanos. Entonces, Sobremonte tomó varias providencias para determinar el
arreglo de la población, que empezaba a nuclearse; nombró un juez
comisionado; estableció un destacamento de milicias encargado de la policía,
y finalmente dispuso la apertura de caminos para facilitar las comunicaciones y
el comercio.
La mayoría de los mineros, ávidos de hacer rápida fortuna, comenzaron
a sentirse desalentados por no encontrar las riquezas que se imaginaban;
algunos fracasaron a causa de su inexperiencia en esta explotación; a otros
les faltó constancia para permanecer en aquellos parajes, tan fríos en el
invierno, y escasos de habitantes; así, pues, por todas estas causas
comenzaron a retirarse hasta quedar reducidos a unos cuatro o cinco sujetos
emprendedores, los cuales, a fuerza de constancia y empeños, consiguieron
reunir una buena cantidad de metal, entre el cual habían algunos tejos de oro
de gran valor. Tal fue la labor realizada durante los años 1786 a 1790.

En este año y a principios de 1791 los pocos mineros que trabajaban,
comenzaron a descubrir algunas porciones de oro en más abundancia, de
mejor ley, a medida que profundizaban las excavaciones, extrayéndose
fragmento de roca con el oro visible en forma de clavos y gruesas
ramificaciones, del cual obtuvieron un gran rendimiento.
Según los informes del comisionado, hubo algunos que habían reunido
muchas libras y uno solo, hasta tres arrobas de oro puro, lo cual constituía un
verdadero tesoro. Ante estos nuevos hallazgos volvieron muchos mineros, y el
mismo Sobremonte mandó en enero de 1792 al asesor de intendencia, con el
fin de inspeccionar detenidamente las minas y de informarle sobre todo cuanto
pudiera interesar a su fomento. Por esa época encontró 25 minas que se
trabajaban, fuera de muchos individuos que habían obtenido permiso para
catear. Entonces, se dispuso la traza de una población con el nombre de La
Carolina, en homenaje al rey Carlos III, y se repartieron solares entre los
mineros, construyéndose buenas casas de piedra. Conjuntamente con estos
trabajos, se mandaron abrir los cimientos de la iglesia, habilitándose,
intertanto, un oratorio para las prácticas del culto.
Habiendo pedido al gobernador un ensayador o inteligente, para las
labores mineras, el virrey Arredondo aprovechó la llegada de España del
minero de profesión, José María Caballero, ex alumno del Colegio de Méjico,
quien fue comisionado para trasladarse a La Carolina e informar ampliamente
sobre cuanto se relacionaba con la explotación, minera.
Caballero se trasladó a San Luis y llenó cumplidamente su encargo,
declarando: "Que en el dilatado tiempo que viajaba en ambas Américas no
había visto un suelo en que la naturaleza se mostrara tan pródiga para que los
hombres se dedicaran a disfrutar de sus riquezas", y agregaba que los mineros
se contentaban con aprovechar una pequeña parte del oro que tenían a la
vista, en granos o en arenas gruesas, e indicaba la urgencia de introducir una
maquinaria para moler los minerales auríferos, así como debían hacerse
cumplir las instrucciones en la manera de hacer las excavaciones, lo que era
indispensable a la seguridad de los trabajadores y al mayor provecho de sus
afanes.
Finalmente, aconsejó el establecimiento de un banco de rescate, para
comprar el oro a justo precio y remitirlo a Potosí donde debía ser amonedado.
En esa época, el oro de La Carolina se llevaba a Chile y se acuñaba en
la Casa de Moneda de Santiago.
Tanto el virrey como el gobernador intendente prestaron la mayor
atención a este asunto. Se mandó a levantar un plano de las minas y población
de La Carolina, trabajo que fue encomendado al ministro de la Real Hacienda
de San Luis, don José Ximénez Inguanzo, ex marino y hábil topógrafo.
En cuanto a la maquinaria, se pidió a Potosí el modelo de la máquina de
cuatro barricas ideada por el metalúrgico Juan Daniel Weber, para ser utilizada
en nuestras minas. De acuerdo con ese modelo, se construyó a fines de 1972,
el primer Trapiche en el lugar que hasta hoy conserva su nombre, a ocho
leguas de La Carolina, en las márgenes de un arroyo de mayor caudal de agua
que el de ésta, y, por consiguiente, con la fuerza hidráulica necesaria para los
fines a que era destinada. El laboreo continuó cada día en aumento dando
excelentes rendimientos; pues, según las guías que dio la aduana ese año
para la exportación, éste alcanzó a más de 150 libras de oro puro, sin contar el
que no salió de la provincia o el que se expedía subrepticiamente.
En 1797 La Carolina tenía 50 casas bien construidas y varios negocios
importantes, que mantenían un comercio activo y de consideración.
Así continuaron los trabajos hasta las invasiones inglesas, época en que
fueron abandonados. Entre los principales empresarios estuvo el oficial don
Luis Lafinur, padre de nuestro ilustre comprovinciano Dr. Juan Crisóstomo
Lafinur, nacido, por acaso, en aquel célebre lugar, en el año 1797, y llamado a
tan brillante figuración como poeta, filósofo y educador. Tal es la breve historia
del descubrimiento de las minas de La Carolina.
En 1786 vino a visitar la provincia de Cuyo el marqués de Sobremonte,
interesado en fomentar la explotación de las minas de La Carolina.